Quizas seamos hermanos
16 years ago
Encontre esto entre una de las cartas viejas de la escuela, la escribi en notepad.exe, y ahora la comparto con esto....
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DESPUÉS DE TODO, QUIZÁS SEAMOS HERMANOS
En 1854, El Gran Jefe Blanco de Washington ofreció comprar amplísima extensión de tierras indias, prometiendo crear una reserva para el pueblo indígena. La respuesta del Jefe Seattle ha sido descrita como la declaración más bella y más profunda jamás hecha sobre el medio ambiente.
“¿Cómo puede comprar o vender el firmamento, ni aún el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida. Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿Cómo podrán ustedes comprarlos?
Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante mata de pino, cada grano de arena de las playas, cada gota de rocío en los oscuros bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto es agrado a la memoria y al pasado de mi pueblo. La sabia que circula por las venas de los árboles lleva consigo la memoria de los pieles rojas.
Somos parte de la tierra y asimismo ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo blanco, el oso, la gran águila, éstos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del hombre. Todos pertenecen a la misma familia.
Por todo ello, cuando el gran Jefe Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado. Considerar su oferta de comprar nuestras tierras no es fácil, ya que la tierra es sagrada para nosotros.
Deben tratarlos con la misma dulzura.
El agua cristalina que corre por los ríos y arroyuelos no es solamente agua, sino también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra deben recordar y enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de la vida de nuestra gente. El murmullo del agua es la voz de mi padre. Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y también son suyos y, por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con la que se trata a un hermano.
No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio dónde escuchar como se abren las hojas de los árboles en primavera o como se aletean los insectos. Pero quizá también esto debe ser por que soy un salvaje que no comprende nada. El ruido sólo parece insultar a nuestros oídos. Y después de todo ¿Para que puede servir la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario de los grillos o las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque? Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie del estanque, así como el olor de ése mismo viento purificado por la lluvia al mediodía o el perfumado con los aromas de los pinos.
El aire tiene un valor inestimable para el piel roja ya que todos los seres comparten un mismo aliento, la bestia, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consiente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Pero si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos respiros. Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar conservarlas como cosa aparte y sagrada, con un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas.
Soy un salvaje y no entiendo otro modo de vida. He visto miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros, tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como una máquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros solo matamos para sobrevivir.
¿Qué será del hombre sin animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual. Porque lo que les suceda a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado.
Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con la vida de nuestros semejantes a fin que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la tierra es nuestra madre, Todo lo que le ocurra a la tierra les ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida; el sólo es un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo.
Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él, de amigo a amigo, queda exento del destino común. Después de todo, quizás seamos hermanos. Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubrirá un día: nuestro Dios es el mismo Dios. Él es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para él y si se daña se provocaría la ira del Creador. También los blancos se extinguirán, quizá antes que las demás tribus. Contaminan sus lechos y una noche perecerán ahogados por sus propios desechos.”
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FA+

