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La Spartan conocida como Ivy por su amor a las plantas, había dedicado los últimos años de su vida a cuidar un invernadero en una tranquila colonia en el borde del espacio de la UNSC. Ivy, con su impresionante altura, piel morena y musculatura, destacaba entre las frondosas plantas y flores que cultivaba con esmero. Pero lo que realmente llamaba la atención era su vientre, que se abultaba notablemente, fruto de un embarazo avanzado y múltiple, casi la mayoría del tiempo con su vientre y pechos al aire.

El invernadero de Ivy era más que un lugar de cultivo; era un refugio de paz y esperanza en medio de un universo en constante conflicto. Los colonos acudían no solo por las plantas y flores, sino también para verla y ofrecer su apoyo. Para ellos, Ivy representaba la vida en su forma más pura, una guerrera que había decidido traer vida al mundo en lugar de arrebatarla.

Cada mañana, Ivy abría las puertas del invernadero y se preparaba para recibir a sus visitantes. Ese día, como cualquier otro día, un grupo de niños de la colonia llegó corriendo, seguidos por algunos adultos que llevaban cestas para recoger las hierbas frescas y verduras que Ivy cultivaba. Los niños, fascinados por el tamaño del vientre de Ivy, siempre pedían permiso para tocarlo, sintiendo su piel morena llena de estrías del tamaño de cicatrices de garras las patadas de los bebés dentro.

"¿Cuántos bebés tienes ahí, Ivy?" preguntó una niña con ojos llenos de asombro.

"Son seis, pero ya casi están listos para salir y conocer este hermoso mundo," respondió Ivy con una sonrisa cálida, permitiendo que los niños sintieran las patadas suaves de los fetos.

Mientras los niños se entretenían, algunos adultos se ofrecieron a ayudar con las tareas del invernadero. María, una de las vecinas más cercanas, se acercó a Ivy con una jarra de limonada fresca.

"¿Cómo te sientes hoy, Ivy? ¿Algún malestar?" preguntó María, preocupada.

"Estoy bien, María, solo un poco cansada. Estos pequeños están bastante activos hoy," respondió Ivy mientras acariciaba su vientre.

María y los demás comenzaron a trabajar, podando plantas, regando las hortalizas y asegurándose de que todo estuviera en orden. Ivy, agradecida por la ayuda, se sentó en una silla cercana, observando cómo su comunidad cuidaba el invernadero con la misma dedicación que ella.

De repente, Ivy sintió una contracción intensa. Su rostro se contrajo por el dolor, pero se esforzó por mantener la calma. María, notando el cambio en la expresión de Ivy, corrió hacia ella.

"Ivy, ¿estás bien? ¿Es el momento?" preguntó con preocupación.

Ivy asintió lentamente. "Creo que sí. Necesito ir a la clínica."

María no dudó. "¡Todos, necesitamos llevar a Ivy a la clínica ahora!"

Con la ayuda de los colonos, Ivy fue llevada rápidamente a la pequeña clínica de la colonia. Allí, el personal médico, que ya estaba al tanto de su embarazo, se preparó para adelantar el parto a petición de la Spartan.

Horas después, en medio de la tensión y la expectación, los bebés comenzaron a nacer. Los colonos esperaban afuera, susurrando oraciones y palabras de aliento. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, el llanto de los recién nacidos llenó la clínica.

Ivy, exhausta pero radiante, sostuvo a sus bebés uno por uno, presentándolos a su nueva familia extendida, la comunidad que había estado a su lado todo el tiempo.

El invernadero de Ivy, una vez más, se convirtió en un símbolo de esperanza, amor y nueva vida, reflejando el espíritu indomable de la Spartan que había decidido ser portadora de esperanza en lugar de destrucción.

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The Spartan known as Ivy for her love of plants, she had dedicated the last years of her life to tending a greenhouse in a quiet colony on the edge of UNSC space. Ivy, with her impressive height, dark skin and muscular build, stood out among the lush plants and flowers that she carefully cultivated. But what really caught her attention was her belly, which bulged noticeably, the result of an advanced and multiple pregnancy, almost most of the time with her belly and breasts exposed.

Ivy's greenhouse was more than a growing place; It was a refuge of peace and hope in the midst of a universe in constant conflict. Settlers came not only for the plants and flowers, but also to see her and offer her support. To them, Ivy represented life in its purest form, a warrior who had decided to bring life into the world instead of taking it.

Every morning, Ella Ivy opened the doors of the greenhouse and prepared to receive her visitors. That day, like any other day, a group of children from the colony came running, followed by some adults carrying baskets to collect the fresh herbs and vegetables that Ivy grew. The children, fascinated by the size of Ivy's belly, always asked permission to touch it, feeling her brown skin full of stretch marks the size of claw scars from the babies kicking inside her.

"How many babies do you have there, Ivy?" asked a girl with eyes full of wonder.

"There are six of them, but they are almost ready to go out and see this beautiful world," Ivy responded with a warm smile, allowing the children to feel the soft kicks of the fetuses.

While the children were entertained, some adults offered to help with the greenhouse chores. Maria, one of her closest neighbors, approached Ivy with a pitcher of fresh lemonade.

"How are you feeling today, Ivy? Any discomfort?" Maria asked, worried.

"I'm fine, Maria, just a little tired. These little ones are quite active today," Ivy responded as she stroked her belly.

Maria and the others began to work, pruning plants, watering the vegetables, and making sure everything was in order. Ivy, grateful for her help, sat in a nearby chair, watching as her community cared for the greenhouse with the same dedication as she did.

Suddenly, Ivy felt an intense contraction. Her face contorted in pain, but she forced herself to remain calm. Maria, noticing the change in Ivy's expression, ran towards her.

"Ivy, are you okay? Is it time?" she asked with concern.

Ivy nodded slowly. "I think so. I need to go to the clinic."

Maria did not hesitate. "Everyone, we need to get Ivy to the clinic now!"

With the help of the colonists, Ivy was rushed to the colony's small clinic. There, the medical staff, who were already aware of her pregnancy, prepared to bring forward the delivery at the Spartan's request.

Hours later, amid tension and expectation, the babies began to be born. The settlers waited outside, whispering prayers and words of encouragement. Finally, after what seemed like an eternity, the cries of newborns filled the clinic.

Ivy, exhausted but radiant, held the babies one by one, introducing them to her new extended family, the community that had been by her side all along.

Ivy's greenhouse, once again, became a symbol of hope, love and new life, reflecting the indomitable spirit of the Spartan who had decided to be the bearer of hope instead of destruction.

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